El amor no solo se trata de realizar alguna acción u omisión porque si bien amar es un acto y una decisión, no siempre son visibles, tangibles o perceptibles; y es que, simplemente, a veces amar no se demuestra haciendo algo, es más, no se demuestra de modo alguno, a veces amar es perdonar.
Perdón es una palabra que se se oiga poco, muchos hablan del perdón o lo piden como una palabra simple y corriente sin más valor de cualquier otra; pero perdón es una palabra que encierra un mundo entero de grandeza.
El perdón no solo sana a quien lo pide, sino también a quien lo brinda, incluso puede sanar a otros cercanos de éste y aquel. Perdonar consiste no solo en olvidar un daño causado, sino en procurar volver a amar al quien en algún momento nos hirió.
Perdonar es una forma de amar, tal vez la más dura y difícil de cumplir que pueda existir, pero es, al mismo tiempo, una de las más excelsas.
El simple acto de perdonar demanda de aquel que lo brinda un desprendimiento total de toda forma de rencor y sus efectos, supone abrir una herida que tal vez empiece a cicatrizar, hasta dejarla en carne viva para limpiarla profusamente y finalmente curar bien, curar desde la raíz.
Por otro lado, el pedir perdón no solo puede ser genuinamente difícil, sino que además exige de aquella persona que lo pida un excelso grado de humildad y un acto de excelente humillación.
No es sencillo pedir perdón ni regalarlo, no puede ser ganado ni exigido, debe ser brindado libre y voluntariamente y por un acto puro de desprendimiento. El perdonar tampoco espera ni responde a deuda, no puede ser canjeado o puesto en un tablero de deudas.
Perdonar, es por tanto, un acto de amor desinteresado y muchas veces ignorado, que denota un amor insondable que no resulta visible, incluso, entendible, pero que existe y se percibe con un simple influjo del alma.
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